El tapiz de malacia by Brian W. Aldiss

El tapiz de malacia by Brian W. Aldiss

autor:Brian W. Aldiss [Aldiss, Brian W.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: SF
publicado: 2011-02-27T06:00:00+00:00


¡Caylus amigo!

Aquellos que han entrado en años discordantes no conocen de ella los juegos armoniosos, cuando con una música más salvaje se anima, y en la sombra descansa la muda mandolina.

Desde la puerta me volví a contemplar la habitación vacía, con la luz del sol prisionera entre las sombras. Mientras descendía lentamente las escaleras, encontré a la vieja bruja, todavía bajo la arcada junto a los rescoldos, y le devolví el escudo de papel.

Desconsolado, me encaminé a ver al sastre de Pozzi Kemperer.

En una mercería, una desalmada mujerona estaba de pie en la puerta, sosteniendo en alto un encaje para verlo a la luz. Una figura que había tras ella me llamó por mi nombre.

Mientras yo miraba más allá del obstáculo femenino un jinete pasó por la calle gritando que el ejército otomano se batía en retirada, alejándose por los fangales del sudoeste. La caballería de Tuscadia estaba precipitando esa retirada. Los Poderes de la Luz y de la Oscuridad habían vuelto a salvar a Malacia para sus propios fines.

Al impulso de esa jubilosa noticia, entré en la tienda. Y allí estaba Bedalar, vestida con una elegante túnica de ciudad, y un peinado adecuado. A pesar de que se la veía encantadora, el placer que demostró al verme me la hizo aún más tentadora. Me presentó a una persona desaliñada diciéndome que era su acompañante, Jethone, y en ese caso la inversa fue válida: el desagrado con que Jethone me miró hizo que me pareciera aún menos seductora.

–Estábamos por ir a visitar a mi hermano Caylus, pero nos hemos detenido para buscar un encaje muy especial.

–Tiene que ser de Flandes –dijo la acompañante.

–Tiene que estar en Flandes, a juzgar por el tiempo que llevamos buscándolo –dijo Bedalar.

–Está usted impertinente, señorita.

Con secretas señales de desesperación, dijo Bedalar: –Y hay más tiendas en esta calle.

–El encaje tiene encantos que calman los pechos atribulados –dije, acariciándome el mentón–. Casualmente, señorita Bedalar, vengo de casa del hermano de usted. Lamenté tener que irme, ya que está en tan respetable compañía, pero un asunto urgente me requiere junto a mi padre. Sin embargo, de buen grado la acompañaría a casa de él, para ayudar así a su compañera, si usted quiere. Claro que tendré que dejarla inmediatamente, pero el hermano de usted se hará cargo hasta que llegue Jethone.

Bedalar parpadeó un poco y respondió con toda seriedad: –Quizá no les moleste. ¿Quiénes forman la respetable compañía de mi hermano?

–Oh, un sacerdote de la Religión y un par de eruditos de aspecto bastante severo.

–Entonces, me quedaré aquí y aconsejaré a Jethone, gracias.

La vieja bruja dijo: –Puedo arreglármelas cómodamente sin los comentarios de usted, señorita; gracias lo mismo. Si quiere ir directamente a casa de su hermano con este caballero, yo me reuniré con usted en cinco minutos.

A mí, me dijo: –Y no deje de entregársela en seguida a su hermano. ¿Cuántos sacerdotes?

–Uno solo... pero está en los huesos.

Con sinceras protestas sobre mis intenciones de no perder de vista a Bedalar, la tomé del brazo y salí con ella de la tienda.



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